jueves, 10 de julio de 2014

ARNSWALDER PLATZ




Ese domingo no se quedó a dormir.  Después de almorzar juntos, en silencio y con la tv encendida, durmió la siesta. El también durmió la siesta en el sofa, pero con la cabeza para el otro lado. Sus pies inmóviles le rozaban el vientre y como tantas otras veces, ella se durmió deseando.
Como tenía que estudiar,  el se despertó antes. Sus ruidos del papel de sus libros y las teclas del computador la trajeron de vuelta de un sueño que no quería dejar. Desde hace un tiempo, los despertares se le hacían difíciles. Incluso los de las siestas: alarma, salto, vueltas sobre la cama y sobre sí misma.  Intentar extender el sueño o tartar de, en esos cinco minutos que se sienten como diez, creer que hoy todo iría mejor.
El se metió en la realidad rápidamente:  sentado en su escritorio, parecía serle tan fácil el deber, como si el camino a su objetivo estuviera  libre de escombros. Pero los dos sabían que eso no era tan así. Y ella igual, tan atraída por ese rol de pez en el agua que le había asignado a el.
Todavá tirada en ese sofa feo, pero que nunca habia dicho lo feo que lo encontraba,  postergaba la acción esperando un gesto, una palabra, una mirada, smplezas que con el paso del tiempo, habían alcnazado estatus de revelaciones. Hasta los Buenos recuerdos servían. Pero ya no los encontraba.
Lo claro era que ese domingo no se quedaba a dormir con el.  Lo había decidido temprano. Hoy sería una visita.
Unas horas antes, frente te al espejo, mientras se quitaba el escaso maquillaje que se habia puesto por inercia, lo había decidido. A  el no le gustaba el maquillaje. A el no le gustaba su pelo largo, ni esa falda, ni las panties de colores. Hoy sería una visita sin maquillaje, ni panties de colores.  Y si, (mierda!) se había cortado el pelo.
 Hoy no habría mochila con ropa para mañana, ni “vemos otro capítulo?”, ni vino. Ni porro. No se meterían a la cama a las 2 am, después de haberse dormido antes de llegar al final del episodio. Su brazo no la rodearía por la espalda.  Se ahorraría varias cosas. El despertar y el levantarse a penas suena la alarma.
“Me voy a mi casa” – le dijo, y se sintió como el muñeco de un ventrílocuo. Su boca y su voz eran como las de otra. Y tuvo miedo.
 “Okeeei….? Por qué eso? .- preguntó el sorprendido a su manera.
 Y la habitación se cubrio de agua pesada, se transformóen pantano. Y ella no sabía nadar, eso que creció mirando el  por la ventana de la cocina. Su pregunta era una ola pesada  que la devolvía al punto de partida, empujándola otra vez al sofa feo, al tranvia que la habia llevado hasta allí, al espejo frente al cual se habia maquilado y desmaquillado. A la silla de la peluquería.
 -“Si. No quiero llegar tarde mañana. Además no traje mis cosas para la escuela”
El deseo de que el la convenciera de quedarse, era un globo desinflándose. La necesidad de equilibrarse no pasaba más por ahi.  
Empezó a tomar sus cosas. Como en cámara lenta.  Los dos osos de peluche, que habian dormido la siesta con ella, estaban encima de su bolso: “ un hombre de treinta y tantos que conserva los peluches  que le regaló su mama para navidad, no puede ser un mal hombre”.
Tomó la chaqueta, se la puso. Se colgó el bolso. Y no lo podia creer.
-“Te voy a dejar a la puerta”-  le rozó el la espalda con una mano.
-“Chao, que duermas bien” .- la besó suave. Ella lo besó el doble, colgandose al cuello y mirándole a los ojos, como como a un flotador de esos para niños, con fomrma de animal. El sonrió. Siempre sonreía en este punto. Sería que era capaz ver su cara de animal-salvavidas?
Bajar, salir de la casa, enfrentar la calle y su movimiento. Todo iba quedando atras. Un auto casi la atropella al cruzar la calle. La puteada del chofer y las lágrimas de rabia.
La parada del tranvía, la banca donde se sentaba,  el display con letras naranjas anunciando cuando viene el próximo tren,  la plaza de en frente, los árboles y la pileta que nunca tenía agua, todos la conocían. Y se preguntaban una vez mas, porque ella seguia viniendo aqui, si, al parecer, no le gustaba el paisaje.



miércoles, 2 de abril de 2014

TEATRO CALLEJERO

Las últimas dos semanas he estado fumando mucho. No manejo cifras, no se cuantos me fumo al día, pero sí que siento esa especie de continuidad, las ansias y la espera cómplice entre un cigarro y otro. 
Salí de la casa de la Caterina con el pucho en la mano. Ese, el para el camino hasta la estación del Ubahn. Ya sabía que no tenía encendedor. También sabía que tendría que pedir fuego a alguien en la calle. Generalmente no me gusta hacerlo: "hast du Feuer?" (tienes fuego?. Detener a alguien que, como la mayoría, parece andar tan en otro lado, no hace fácil la decisión de acercarse. Es como tener que atravesar un molesto visillo que se mueve con el viento, abriendo y cerrando un espacio, pero uno no logra dar con el segundo en que se permite pasar. Es un visillo colgado en el la ventana equivocada.  Por otro lado, la cantidad de encendedores que he perdido últimamente, es directamente proporcional al aumento de cigarros por día. Lamentablemente tampoco manejo cifras de encendedores perdidos. Pero de que he perdido hartos fuegos, hartos he perdido.
La Cate vive en la parte Oeste de Berlin, allí donde siempre hubo de todo y las niñas conocieron las Barbies antes de 1989. Mi amiga vive en una casa amarilla. En la vereda afuera de la casa vecina, había dos hombres conversando parados junto a la ventana abierta de una de las habitaciones. Una mujer  gorda y muy blanca, con sudadera negra, se asomaba apoyando los codos en el borde de madera un poco carcomida que sostenia la ventana.  El pelo teñido bien negro, amarrado en un moño alto y los ojos delineados también negros con influencia oriental, la ayudaban a levantar el rostro de más de cincuenta. Quien sabe en realidad. Ese tipo de personas que parecen más viejas de lo que son, pero que quizás son mas jóvenes y lo que realmente parecen es más viejas. En Berlin las apariencias me han engañado más que en ningún otro lugar del mundo.



Uno de los hombres fumaba y tomaba cerveza. Ya saben ustedes, acá se puede tomar en la calle, en el transporte público y en los parques. En su caso, estoy segura que era más joven de lo que parecía: tenía corte chocopanda, chasquilla de pelos parados y grandes anillos en los dedos.

Cuando le pedí fuego y me dijo: “ Eres alemana o no?"
“No”- le contesté descubriendo recién, que también unas cuantas cadenas le colgaban del cuello, arrugándole el pellejo y tirándolo un poco para abajo.
-“Quieres ser actriz?”- me preguntó con una energía que casi lo hizo saltar. 
Miré al otro hombre. Era moreno, alto y parecía muy calmado. Miré a la mujer. Ella me sonrió cómplice.
-"No es broma, no es borma!"- Me dijo mientras yo sostenía aún el cigarro apagado entre los dedos, como una niña que juega a fumar. -"Es en serio, pero bien en serio ...es en teatro".-
No puedo negar que esta situación me incomodaba, pero no lograba escapar de ella. Más bien no quería escapar. Estaba ahí yo parada, con la voluntad y el deseo un poco desconectados. 
-"Tenemos una pequeña comapañía de teatro- continuó mi descubridor-  Aquí,  mi señora tambien es actriz, ella hace los....eehhmm- dijo algo en un alemán que no llegué a entender, apuntando a su mujer, que en el momento cambió los brazos de posición, dejándo ver las marcas de la madera en sus carnes blancas. Ella me sonreía, nada más.
"-Hola"- le dije con levantada de mano y todo. Me mostró sus ojos, los abrió cansados. El maquillaje negro estaba más corrido que cuando la miré por primera vez. Logré ver un poco al interior de la habitación oscura. Había un perchero del que colgaba algo parecido a una estola de tul negro. Vi plumas también. Pero de eso no estoy segura. Me imaginé que la habitación se convertía, a medida que uno se internaba en ella, en un oscuro cabaret. Me vi entrando, vistiendome con el tul, las plumas y unas medias rotas y sucias que de la gordita que estaban botadas en el suelo. La mujer me maquillaba rápidamente. Así, hasta llegar al final del pasillo y subir al oscuro escenario, de tablas llenas de hoyos de tanto hincar los tacones.
-"Ya, pero en serio. Quieres?"- me trajo el flaco de vuelta a la realidad.
Yo sonreía nerviosa. Movía la cabeza sin poder darles un no rotundo, encender mi pucho e irme.  Al contrario: estaba ahí, en medio de tres desconocidos, que en lugar de darme fuego me ofrecían cumplir ese sueño que abandoné hace quince años. 
Mi claridad del momento se vio atravesada por una sombra. O por una luz de indefinido color, que entregaba calidez y claridad. El amarillo de un atardecer temprano en la primavera Berlinesa. Ese color tan esperado que hace mutar las almas en esta oscura cuidad.
Lo que pasó en ese segundo fue que consideré la oferta. Esa era la luz, la molesta claridad del sol que no te pega directo en la cara. Eso era lo que estaba escrito en el cartel de neón parpadeante que iluminaba este escenario callejero, del cual ya me sentía protagonista. Era el neón de un viejo club en mitad de un camino en el que uno anda medio perdido y que a pesar del tiempo,  sigue pestañeando a  punta de  cortos circuitos.
-"No, no"- abrí por fin la boca, asustada y queriendo salir rápidamente de mi secreta fantasía. Que no se vayan a dar cuenta. Mi sonrisa me delatará. Me estan descubriendo. Quiero fumar. Atrapada y confundida, ya saben: como en ese caos que se arma a veces cuando la intuición y la realidad palpable se dan la mano. 
-"Solo quiero fuego, nada más"- le repetí mostrándole el cigarro que se había humedecido un poco con la transpiración de mis manos. Mejor ni saber a que nivel subía el rojo en mi cara.
- "Ya, dale fuego. No quiere nada más "- le ordenó la mujer con una suave autoridad, mirándome a la vez como si ella también hubiera visto el neón.
Sin dejar su entusiasmo, el tipo me acercó un encendedor rojo, enendiendo directamente el cigarro. Raro, acá nadie te enciende un cigarro. Te pasan el encendedor y esperan impacientes. Una situación incómoda para personas que nos ponemos lerdos ante la mirada expectante del otro tan cercano.
Las gracias. El chao. El otro tipo que nunca habló. El ultimo intento de mi manager. Y emprender mi camino a la estación. A estas alturas ya tenía claro quien era quien en el trío.

Mientras me alejaba aspirando con ganas, me rebotó en la espalda un: -"Bueno, si quieres no más!"- En realidad eso es lo que me imaginé, porque fue una frase en que no pude traducir. Bien pudo haber sido -Deja tu miedo!"-. Algunas veces me alegro de no entender este idioma totalmente. 
El camino se me hizo mucho más corto que lo acostumbrado, y todavía me quedaba la mitad del pucho al llegar a la estación del Ubahn. Dos guardias conversaban justo donde empieza la escalera, apoyados en el letrero de "no fumar". Me detuve ahí. Estaba cansada, quería bajar la escalera y estar automáticamente en mi casa, sin dejar mi cigarro. Los guardias me miraron. Lo apagué y bajé corriendo. En Berlin no siempre está todo permitido. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

TORI AMOS EN LA PHILHARMONIE DE BERLIN

A Tori Amos la empecé a seguir por allá en el 97 y sacando temas de los discos Little Earthquakes, Boys for Pele, Under the Pink, From The Choirgirl Hotel y The Beekeeper, armé mi repertorio favorito. En el 2007 salió un disco doble, que me regalaron pirateado, el que nunca logré digerir totalmente. Siempre quise más, siempre quise verla en mi país, pero me bastaba con que tenía.
Y como dicen que mientras más se busca menos se encuentra y que el que espera desespera, tres meses atrás un Berlin todavía acalorado me sorprendió con una de sus simplezas que me encantan:


Esta vez no solo la forma, sino el contendio del A4 como recién salido de la impresora, me emocionó tanto, que hubiera sido capaz de abrazar al vendedor de Currywurst más cercano.
Llegó el 15 de octubre. El tiempo, por su puesto, no tardó en pasar como lo imaginaba. Igual que el verano Berlinés. Con las manos y las orejas heladas, la provinciana esperanza de que cantara canciones conocidas y que, por favor, no se hubiera vuelto por dentro como se está viendo útlimamente por fuera. (cirugia fallida?) iba, finalmente, encontrarme con Tori Amos. La Tori, para los amigos.
Es comun que, cuando envejecen, algunos artistas bajen sus intensidades, en todo sentido. Sabemos que la maquina cambia, se cansa, e inpajaritablemente, envejece. Pero hay quienes se pasan un poco de la raya. Bueno, tambien hay entender que no todos son los Rolling Stones. Ademas, cuando empiezan con esta cosa de la orquesta aocmpaniando, empieza a oler un poco a gladiolo. Pero yo iba esperanzada, emocionada a mi primer recital en Berlin. 
El lugar era la Philharmonie, una teatro para hacer sonar música clásica, encubierto en una caparazón amarilla, que lo hace parecer un gimnasio comunitario de algun barrio popular de América Latina. Un armazón de formas semi triangulares como de lata. Tantas veces pasé por ahi sin saber que era. Como tantos otros lugares. "Que lugar más feo" pensé al cruzar la ultima luz verde, sin ampelman.
Casi en la puerta de entrada, apago mi cigarro y una chica con violin al hombro se me cruza para meterse por una entrada lateral. “Nos vemos luego, hoy toco con Tori Amos”, imaginé se había despedido de sus amigos un rato atrás.
No puedo negar la emoción y espectación casi infantiles que sentí al entrar en ese espacio grande, blanco y exquisitamente iluminado, que ya no parecía otra cosa más que un real teatro.
Tantas mujeres como hombres, tantos canosos como los aun sin canas se encaminaban a sus ubicaciones, mientras otros entraban en calor en alguno de los bares. 
Después de unas cuantas escaleras casi hacia lo más alto, encontré mi lugar. Desde ahí tenía una vista panorámica; ahora la forma exterior del recinto cobraba más sentido. Lámparas blancas colgando sobre el escenario, graderias escalinadas y sostenidas por las formas triangulares, contenian un ambiente cálido, en gran parte hecho de madera, que me gritaba "ajá! con que era fea??"
Mientras Los Beatles teloneaban desde el más allá, algunos leían un libro y yo practicaba mi hobby concertístico de buscar caras conocidas. Al mismo pensaba, quizá desde mis prejuicios, que los gritos, coreos o pedidos de bis, no ocurrirían esta noche. Ni hablar del lanzamiento de objetos al escenario.
7:57, los musicos ya estan instalados. Se apagan las luces, se vuelven a encender. La Metropole Orquestra de pie se deja aplaudir fuerte.
Otra vez oscuridad y los privilegiados mas cercanos al escenario, empiezan a romper mis prejuicios gritando y poniendose de pie. Ahí viene la Tori, la viernon antes que yo y que muchos. El público comienza a levantarse poco a poco, como en una ola conforme en cuanto la ven, hasta que todos aplaudimos y gritamos de pie frente a su pequena figura enfundada en seda: una pierna naranja y la otra beige. Cabeza en llamas sueltas y lentes de marco negro tipo intelectual. La Tori saluda como el papa, hincada casi besando el suelo.
Sentada entre un teclado y un piano, con las piernas abiertas mirando hacia el de cola, con esa actitud que en otro siglo no estaba permitida ni a caballo.
Con los acordes profundos, los golpes fuertes y abismantes de la orquesta, comienza el despliegue de fuerza femenina que viene de la fragilidad, de heridas antiguas y de esa dulzura que no necesita mantener las piernas cruzadas para seguir siendo dulce.
“I am fucked up” se le sale cuando, al parecer, teclea mal en el comienzo de “Silent all these years”, Despues vendrían mis esperadas conocidas “Baker Baker”, “Cloud on my mouth”, “Winter”, "Hey Jupiter”. Es que claro, “Golden Dust”, no es un álbum de temas nuevos, sino que una recopilacion elegida para celebrar 20 sus años de carrera.
Después de media hora de "intermedio" (como diría mi abuela), que en mi ignorancia pensé era el fin y casi grito “no nos vamos ni ca..” , Tori vuelve a tomar el púlpito, esta vez con falda larga- -purpura-tornasol, y continúa con el que creo ha sido el recital que me ha tirado mas hacia mis adentros. “Mr Zebra”, “Leather”, “Jackie´s Strength”, y una versión de “Precious Things” que con la orquesta llevaron a un nivel de tal intensidad, haciendo a una que otra chiquilla querer hacer pasar lágrimas por resfriado. 
En el bis, una corta y empalagosa versión de “So long. Farewell” la típica triste de la Novicia Rebelde; “siempre soñé cantar esta canción en un lugar como este..si quieren pueden acompañarme en aleman..jijiji“ dijo con un tono irónicamente infantil. 


Dos horas de concierto, casi mil manos picando después de más de un minuto de ovación de pie y una rosa roja volando hacia el escenario(sí, hubo lanzamiento de objetos) para una voz que no necesita cirugías: potente, sutíl pero aún dramática, aunque contenida por esa atmósfera de solemnidad que crea el sonido clásico. Sin desgarros ni provocaciones al piano, esta vez la escena se dibujó más hacia el interior, quizá mas profundo y espacioso debido al surco del tiempo.
Ojalá este haya sido solo un ejercicio clásico, como un vals de bodas de plata, y a lo mejor, en un par de años, otra vez sin buscarlo, me la vuelva a encontrar en su mas puro formato desgarrador.

miércoles, 27 de junio de 2012

ALGO ASI

Y, mirándome desde fuera, veo mi cuerpo fragmentado en trozos, como haces de luz cortados como son cortados los espejos para hacer alguna obra de lo que a veces llaman arte, vuelve a ponerse en su lugar. Las partes se reincorporan, se unen para darse sentido unas a otras, nuevamente. Desde mi tribuna,  las veo como me invitan a pasar, a ser parte una vez más de la realidad.
Las vacaciones se terminaron y no volé de vuelta.  Me quedé sin sentir muy bien el peso de las decisiones. Para eso estaba el tiempo, y el tiempo ya hizo su parte, terminando de hacerla justo ahora, cuando me encuentro aquí,  viajando dentro de un viaje que se quedo sin retorno y no sabe aun muy bien cual es su destino.



Estoy en el metro, voy a clases, porque estoy en la escuela. Voy al colegio todos los días para aprender el idioma que se habla en este país. Dimensiono otra vez: “voy al colegio en un tren lleno de gente blanca y seria, a aprender uno de los idiomas más difíciles de la occidentalidad”. Y me sorprendo. La consciencia del que sabe perfectamente lo que está haciendo, asusta un poco.
El vagón del metro, es amarillo y tiene la forma de un contenedor. Vamos directo a meternos  en un barco,  para seguir el viaje hacia donde nadie sabe. Mis compañeros son blancos, en sus caras se transparenta un frio antiguo, una seriedad cerrada.  Yo medio me sonrío, porque es mejor, porque estoy aterrizando otra vez en mi.
Me pregunto si alguien podrá darse cuenta de  todo lo que estoy sintiendo. ¿Podrá alguien presenciarme como yo me estoy presenciando?  
Mejor que no. Si miran hacia mi, los trozos de espejo, vidrio y luz, podrían hacer que vieran sus propias caras, y creo que no les gustarían mucho. La mañana Berlinesa no tiene un rostro muy amigable. Veremos que pasa el resto del día, de los días. 

martes, 29 de mayo de 2012

PARTIR


Aunque fuma y le gusta hacerlo, ella está convencida de que fumar es malo. Muchas veces, mientras aspira su cigarrillo, piensa en lo tonto que es hacer algo que de todas maneras le daña el cuerpo y el bolsillo. Cada oportunidad que tiene de no fumar, es una especie de pequeña salvación involuntaria y cómoda. Pero a ella le gusta fumar. No sabe por qué, y ahí está el asunto: si supiera no tendría estas reflexiones, que luego de un rato considera innecesarias, porque no va a dejar de fumar.
Está en el aeropuerto, debe esperar diez minutos hasta que comience el embarque del vuelo que la llevará desde Santiago de Chile a Madrid de España. Se va de vacaciones y ahora mismo siente ganas de fumar. Pero no puede hacerlo. Este aeropuerto no tiene un área de fumadores. Ella piensa que está muy bien, que es mejor para la sociedad entera que existan espacio/tiempos en los que a los fumadores les sea imposible ejercer su vicio. Pero quiere fumar. Vuelve a pensar lo mismo que al comienzo, pero no se le quitan las ganas de fumar. Descansa.
Esta sentada descansando de lo que fue la despedida. “Siempre te voy a recordar” – le dijo su madre abrazándola, antes que se metiera en policía internacional. A ella no le gustó nada el dramatismo en la voz de su mamá. Le dio rabia y se sintió culpable de que no le gustara y de que le diera tanta rabia, de que la incomodara tanto pero tanto.
“Ayyy, no digas eso!!.. tan.. tan.. de-fi-ni-ti-vo” - le contestó con la boca pegada a su hombro, queriendo decirle que la cortara con el sufrimiento, sintiéndose un poco mala hija, muy incómoda y medio atorada con pelusas de lanilla roja de la chaqueta de su mamá.
Era raro sentirla tan cerca, era raro querer tener ahora, algo que fue desperdiciado en tiempos en que era repartido a manos llenas.
Entonces la atacó ese maldito acto reflejo, que a pesar de años de terapia aun no logra erradicar: tenía que reparar el impacto que sus ultimas palabras pudieron causar. Ya sea el tono, el gesto; sentía que debía casi disculparse por lo que sentía:
“Todavía no se sabe”- le dijo con un sonsonete medio cantado y dulce. Luego abrazó a su padre y escuchó sus recomendaciones sobre como cuidar el dinero.
Ellos se separaron hace más de veinticinco años, pero aun siguen casados legalmente. Ella no tiene recuerdos de los dos juntos, como pareja. Siempre le ha parecido extraño estar con ambos al mismo tiempo. No le gusta, se siente extraña, como en medio del gran abismo que separa a ese hombre y a esa mujer.
Y no es que sus padres no se hablen o tengan una relación poco cortés. La razón es porque son dos seres humanos totalmente distintos uno del otro. Le llega a doler el tiempo en que pudieron amarse ( se amaron alguna vez?) y hacerla. Hacerla a ella. Me entienden?. Ella desconfía de todo eso, como si nunca hubiese pasado, como si fuese una historia a la cual no pertenece o que no está registrada en ninguna parte, ni de su cerebro ni de su cuerpo.
“Un registro que quedó atrapado en el abismo entre ellos. Un mundo del que ellos nunca han sido realmente parte..mi mundo”- pensó mientras esperaba sentada en la sala de embarque.
Los tacos altos y puntudos de una mujer se aparecieron en las baldosas brillantes en donde tenia clavada la mirada. Subió los ojos sin mover la cabeza, y los pantalones de la mujer parecían tan incómodos como los zapatos. No entendía por qué algunas personas, especialmente algunas mujeres, se vestían así para volar. Podría ser por varios motivos, pero siempre llegaba a la conclusión de que simplemente, mucha gente se sentía cómoda con lo que a ella le incomodaba.
Le gustaba pensar en el gran aparataje y en los ritos de aeropuerto: las despedidas con la familia entera casi batiendo banderitas y tomando fotos al que se va no más por 3 semanas de vacaciones (vergonzoso); la mujer de los tacos y el peinado de peluquería (ridículo); el llanto de las parejas separadas por un viaje (triste); los hombres de negocio solitarios y con maletas costosas (plata); los mochileros que no se han cambiado de ropa en semanas (vida); y así, tantos mas.
Ella siempre me decía que todos los viajes eran importantes, pero los viajes en avión y de largas distancias, parecen ser más importantes aun, quizás porque son la oportunidad que tiene el ser humano para hacer una de las cosas que no logra hacer si mismo (quizás nunca lo logre), algo para lo que no fue diseñado: volar.
Ya había asumido que no fumaria antes de subir al avión. Quería escribir unas líneas, eso si, antes, según me dijo. Algo así como iniciar su diario de viaje de forma metódica. Pero no lo hizo. Le costaba empezar lo que quería hacer. Le costaba continuar lo que quería terminar.
“Me siento tan agotada, como cansada de vivir. Entiendes?..¡No creas que quiero morirme!! Quiero vivir más que nunca, pero no como lo he hecho hasta ahora... Bah, leseras que hablo cuando estoy por subirme a un avion”.
Corté el teléfono y pensé que ella podía morir. Como todos, de hecho. Esa mañana, fue la última vez que oí su voz.