Ese domingo no se quedó a dormir. Después de almorzar juntos, en silencio y con la tv encendida, durmió la siesta. El también durmió la siesta en el sofa, pero con la cabeza para el otro lado. Sus pies inmóviles le rozaban el vientre y como tantas otras veces, ella se durmió deseando.
Como tenía que estudiar, el se despertó antes. Sus ruidos del papel de
sus libros y las teclas del computador la trajeron de vuelta de un sueño que no quería dejar. Desde hace un
tiempo, los despertares se le hacían difíciles. Incluso los de las siestas: alarma,
salto, vueltas sobre la cama y sobre sí misma.
Intentar extender el sueño o tartar de, en esos cinco minutos que se sienten como diez, creer que
hoy todo iría mejor.
El se metió en la realidad rápidamente: sentado en su escritorio, parecía serle tan fácil
el deber, como si el camino a su objetivo estuviera libre de escombros. Pero los dos sabían que
eso no era tan así. Y ella igual, tan atraída por ese rol de pez en el agua que
le había asignado a el.
Todavá tirada en ese sofa feo, pero que nunca
habia dicho lo feo que lo encontraba, postergaba la acción esperando un gesto, una
palabra, una mirada, smplezas que con el paso del tiempo, habían alcnazado
estatus de revelaciones. Hasta los Buenos recuerdos servían. Pero ya no los
encontraba.
Lo claro era que ese domingo no se quedaba a dormir
con el. Lo había decidido temprano. Hoy
sería una visita.
Unas horas antes, frente te al espejo, mientras
se quitaba el escaso maquillaje que se habia puesto por inercia, lo había
decidido. A el no le gustaba el
maquillaje. A el no le gustaba su pelo largo, ni esa falda, ni las panties de
colores. Hoy sería una visita sin maquillaje, ni panties de colores. Y si, (mierda!) se había cortado el pelo.
Hoy no
habría mochila con ropa para mañana, ni “vemos otro capítulo?”, ni vino. Ni porro. No se meterían a la
cama a las 2 am, después de haberse dormido antes de llegar al final del
episodio. Su brazo no la rodearía por la espalda. Se ahorraría varias cosas. El despertar y el
levantarse a penas suena la alarma.
“Me voy a mi casa” – le dijo, y se sintió como el
muñeco de un
ventrílocuo. Su boca y su voz eran como las de otra. Y tuvo miedo.
“Okeeei….?
Por qué eso? .- preguntó el sorprendido a su manera.
Y la
habitación se cubrio de agua pesada, se transformóen pantano. Y ella no sabía nadar,
eso que creció mirando el por la ventana
de la cocina. Su pregunta era una ola pesada
que la devolvía al punto de partida, empujándola otra vez al sofa feo,
al tranvia que la habia llevado hasta allí, al espejo frente al cual se habia
maquilado y desmaquillado. A la silla de la peluquería.
-“Si. No
quiero llegar tarde mañana. Además no traje mis cosas para la escuela”
El deseo de que el la convenciera de quedarse, era
un globo desinflándose. La necesidad de equilibrarse no pasaba más por ahi.
Empezó a tomar sus cosas. Como en cámara lenta.
Los dos osos de peluche, que habian
dormido la siesta con ella, estaban encima de su bolso: “ un hombre de treinta
y tantos que conserva los peluches que
le regaló su mama para navidad, no puede ser un mal hombre”.
Tomó la chaqueta, se la puso. Se colgó el
bolso. Y no lo podia creer.
-“Te voy a dejar a la puerta”- le rozó el la espalda con una mano.
-“Chao, que duermas bien” .- la besó suave.
Ella lo besó el doble, colgandose al cuello y mirándole a los ojos, como como a
un flotador de esos para niños, con fomrma de animal. El sonrió. Siempre sonreía en este
punto. Sería que era capaz ver su cara de animal-salvavidas?
Bajar, salir de la casa, enfrentar la calle y
su movimiento. Todo iba quedando atras. Un auto casi la atropella al cruzar la
calle. La puteada del chofer y las lágrimas de rabia.
La parada del tranvía, la banca donde se
sentaba, el display con letras naranjas
anunciando cuando viene el próximo tren, la plaza de en frente, los árboles y la pileta que nunca tenía agua,
todos la conocían. Y se preguntaban una vez mas, porque ella seguia viniendo
aqui, si, al parecer, no le gustaba el paisaje.