lunes, 8 de agosto de 2011

De vuelta en ¿casa?

De vuelta en ¿casa?

Ahora q me siento frente a las letras, para servir al plato lo que se ha estado horneando en mi interior, siento que la actividad es terapéutica. Me refiero a la actividad, al actuar, ya sea escribir o cocinar… o cualquier ACT i vidad..Algo de acción, algo de vida.

Como ya han visto, si han leído mis últimos post, no sigo viajando, al menos por el mundo exterior. Volví a mi país, y mis viajes son, por ahora, solo a mi propio interior (como es usual) y no había escrito ya que la vuelta a la estructura del trabajo, parecieran no dejarme el tiempo que necesito para observar (me), silenciarme y escribir.

Pero sí que en mi vida siguen pasando cosas. Y con el afán de contarles en lo que he estado últimamente, es que me senté, hoy domingo de poca lluvia, segundo día en piyama ininterrumpido, (y digo ininterrumpido porque, por más que pases el fin de semana en casa, puede ser que en algún dichoso momento te saques (n) el piyama y te lo vuelvas a poner. Este no fue el caso).

Este relato se trataría sobre lo difícil que me ha sido encontrar un departamento para arredrar y vivir en el. Me senté a escribir algo casi como una declaración de rabia y frustración guiadas siempre por el imperativo del tiempo “han pasado….. meses, y no he podido encontrar un departamento que me acomode”… Y bueno, gracias a la actividad, vino la revelación, la cosa terapéutica que le atribuyo al “hacer”, como decía al comienzo. El simple movimiento de los dedos que en este caso me llevó a darme cuenta de que solo en mi cabeza existe el laaargo tiempo que llevo buscando, pero que en la realidad no es más que un mes y medio.

Llevo un mes y medio buscando un departamento de un dormitorio, con cocina normal y no americana, una pequeña terraza y, ojala, piso de madera o flotante (porque se le llamará así?. Un misterio mas por resolver). Y no lo he podido encontrar. No he podido encontrar mi nueva casa luego de un largo viaje por varios lugares del planeta.

En esta corta búsqueda, y que alivio me da escribir que ha sido corta, la ansiedad, el apuro, el deseo de volver a tener mi espacio propio, se han apoderado de mi en varios momentos. Es como si el paso de volver, no se ha completado aun. Por momentos se siente un vacio, un vacio bien de adentro, que en mi caso nunca se había relacionado con el lugar físico que estoy ocupando, o que deseo ocupar. Este vacío va mucho más allá.

Creo que es inevitable que las personas nos aferremos a cosas, que nos sirven como piso y como techo, como refugio, en el fondo, como un hogar. Miedos, posiciones en el trabajo, aprehensiones, relaciones, creencias y nuestros propios sueños. Uno se aferra a las ideas que tiene de la vida, y vive en ellas. Tan tranquilos, tan cómodos y cuando estas cosas se desvanecen, sientes que te quedas desprovisto, a veces como en la calle. O viviendo de allegada en casa de una buena amiga, como yo ahora.

Cuando has dejado una vida armada, en la cual tenias una casa, un gato, una alfombra blanca con rojo que le hacía juego a tu sofá y a la lámpara, un trabajo, amigos y sobre todo, un gran sueño, para ir detrás de otra vida, en otro continente, en la cual imaginabas que ese sueño se haría realidad, no es fácil aceptar que la realización de ese sueño no era como tú lo imaginabas. Al fin y al cabo uno apuesta y nadie te asegura el éxito o ganancia. Una de las gracias de la vida, por lo demás.

Decides volver, y ya no hay nada de lo material que antes tenías: ni el trabajo, ni la alfombra, ni el gato. Pero cuando te das cuenta que ya no está el sueño aquel (al menos por un rato) sientes ese gran vacío. Esa gran falta de refugio, de algo en donde te esperanzas, te amparas, te proyectas y pasas tus días presentes especulando, soñando. Cuando estas de vuelta, el presente esta aquí, por construirse todo otra vez. Tu vida está otra vez vacía y en tus manos. Qué bonito, suena a libertad. Es por eso que urge recomponerla, llenarla de cosas otra vez, y si tienes la fuerza necesaria como para no andar llorando en el metro, que mejor. Pero lo que más duele, es el sueño que has “quemado”. Te revelas un poco, al comienzo, pero a medida que pasan los días, aceptas más que ya paso. Que hiciste todo lo que querías y sentías que debías hacer, y ya. Y vislumbras que vendrán más sueños, claro que si, de otra forma estarías un tanto muerto.

En estos casi dos meses de búsqueda de un hogar, de querer encontrar el lugar ideal para vivir y estar cómoda ahí, he sentido que, más que eso, quiero encontrar de nuevo el lugar dentro de mi en el cual sentirme cómoda y feliz, un nuevo refugio y espacio para habitar, pero en mi interior, un nuevo sueño. Y me he dado cuenta que viví mucho de eso. Esperando que se realizara aquello que me iba a hacer sentir en medio de fuegos de artificio todo el tiempo: el sueño realizado. Y parte del aprendizaje es que eso ya no me funciona. Y esta más que bien!!! …. Porque de una vez y por todas, creo, estoy viviendo el presente de manera brutalmente hermosa. Oh!

Un mes y medio es poco para darte cuenta de algo tan importante como lo que acabo de escribir más arriba, al menos para mi. Y comparado con eso, un mes y medio es nada buscando un departamento para habitar. Creo que ahora que ya me di cuenta que mi mundo interior se está renovando, he aprendido nuevas e importantes lecciones gracias al ir y volver, y que pronto estaré lista para encontrar mi mejor refugio, sin desesperarme ni apurar. Hasta el pulento carpintero decía “como es adentro es afuera, como es arriba es abajo” Ustedes entienden.

Este tiempo y el proceso de la búsqueda del refugio material, tiene mucho que enseñarme y creo que es la última patita del viaje. Aprender la paciencia, el esperar por encontrar lo que realmente quieres, regodearte si es necesario, total techo y comida no me han faltado. No voy a tomar lo primero que se me cruce porque me sienta presionada o culpable por ser regodiona. Romper con lo que te han dicho que debes hacer y aceptar algo que no quieres, porque “es lo que hay”. Para eso ya sé que tengo agallas y eso solo te lo da la confianza en ti mismo y el dejar de lado el miedo. Más que mal, no cualquiera se va a vivir a África con un hombre que conoce hace una semana.

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