lunes, 1 de noviembre de 2010

El Orfanato

En la oscuridad de una calle del MainLand de Lagos (ahí donde las papas queman) se oye el llanto de una guagua. No se sabe si proviene de alguna casa o de uno de los estrechos recovecos que se forman entre una calle y otra, esos que al mirar hacia ellos dan la impresión de que ahí viven las ratas.
Los chillidos se hicieron escuchar hasta ser lo suficientemente eficaces como para que 2 personas dieran con su origen: una mujer tirada en el suelo, muerta, con su hija llorando entre los brazos.
Ese es el Curriculum con el que, a sus supuestos 6 meses de vida, cuenta Jana, la primera guagua a la que tomé en brazos en el Orfanato de las Hermanas de la Caridad, de Sor Teresa de Calcuta, acá en Lagos.
Llegué hasta allá, invitada por unas amigas que iban dos veces a la semana a visitar el pabellón de los bebes (0 a 3 años), llevándoles mucho cariño y todo lo material que fuera posible (incluyendo insumos médicos).
Si mal no recuerdo, uno de los cometidos de Teresa de Calcuta, fue algo así como velar por los “más pobres entre los pobres”, esos a los que ya todo sistema tiró a un lado porque simplemente es capaz de hacerse cargo de ellos, ni ayudarlos a sobrellevar sus males. Los leprosos fueron en los primeros tiempos. Hoy principalmente personas desposeídas infectados con el VIH, además de discapacitados mentales y físicos, que no tienen lugar fuera de estas casas de las “sisters”.
Mercy, mi favorita con sus labios perfectos; Rosario y su mirada perdida; Sarah la risueña que recién aprendió a caminar; Jana la rescatada de las fauces de la muerte; Fidel  el besador y que pienso es hermano de Mercy;  Benedicto, el que tiene hidrocefalia;  Bridgitte y Maurene, las ratoncitas, por lo pequeñas. Estos  niños han llegado de distintas formas hasta el lugar, algunos incluso solos: no era raro encontrar alguna vez una bolsa  plástica en la puerta, con una criatura dentro.
El día en que un bebe es recibido en el Orfanato, se declarara como su fecha de cumpleaños. Luego, se les deriva a un control médico, en el cual se calcula aproximadamente la fecha real de nacimiento. Teniendo esto en cuenta, es que se define cuantos años cumplirá en uno más. Generalmente llegan de meses e incluso días.
Un detalle importante, es que acá el sueño de Madonna o Angelina eligiendo guagas para adoptar, no se da porque TODOS los niños (aproximadamente 50) están contagiados con el virus del VIH.
En la planta baja se encuentran los niños mayores y con retrasos mentales  severos, sumados a elevados grados de las más complejas parálisis físicas. Gritando, moviéndose en sus repetidos  rituales  una y otra vez, si te quedas mirándolos por un rato, puede que  te regalen una sonrisa ciega. También comparten las instalaciones abajo, los niños de 3 años y más, con mujeres incapacidatadas y contagiadas también con el VIH.
En el segundo piso, los bebes se distribuyen en 2 habitaciones donde están sus cunas de fierro con colchones forrados estampados con caricaturas de animales salvajes, y sin sabanas ni menos frazadas.  En las paredes, estantes de madera con peluches conocidos y otros que yo nunca antes había visto, como camellos, lagartos e hipopótamos, todos súper bien ordenaditos, y listos para salir a jugar. También había, agarrados en las barras de las cunas, sonajeros y ese tipo de cosas para despistar a las guaguas.
Las habitaciones son antecedidas por un corredor, con vista al patio y por el cual normalmente circulaban los guaguos en sus andadores. Hasta un Ferrari tenían ahí estacionado a la salida de la primera pieza. “Después de usar el andador, déjelo aquí mismo por favor, limpio y ordenado”, decía un cartelito pegado en el sector del estacionamiento. También había sillas especiales, en las que permanecían sentaditos los más grandes y con cierto grado de parálisis, esa que les tira la cabeza para atrás y les impide cerrar la boca.
La primera vez conmueve fuertemente ver todas estas caritas con sus ojos fijos sobre uno, sin articular palabras, porque no pueden aun o porque simplemente no han sido lo suficientemente estimulados; el orfanato les cuida, alimenta y mantiene lo mejor posible, a salvo de la hostilidad de la calle, pero no hay tiempo ni recursos para dedicarse a su desarrollo. Algunos sonríen, otros solo miran desde el fondo de su sufrimiento, inconscientes, llorando sin lagrimas, como si supieran que uno se siente incomodo con el hecho de que su vida sea como es.
Las dos únicas veces que visité el orfanato, fueron un enfrentamiento con el dolor, la compasión y con mi propia capacidad de dar cariño, directamente, a estas criaturas que tanto lo necesitaban. Pensaba cada vez que le daba la mamadera a Mercy, mientras la tenía en los brazos rozándome con su piel afiebrada, de que iba a servir este tiempo que le estaba dedicando. Me preguntaba cuanto amor necesitarían para seguir creciendo con un poco de dignidad. ¿Bastaría con mis tontas onomatopeyas y ruidos melosos, para darles un poquito de algo distinto a esa pena que les salía por los ojos?  O cuánto tiempo más sobrevivirían, visto que sus pieles se escamaban, sus heridas se infectaban y muchas veces, como me contaron, estaban bastante enfermos.
Y me respondo que no se si les ayude en la realidad, pero que de todas formas es mejor visitarlos que quedarme acostada hasta tarde, hacerles cariño que solo observarlos, atreverse a proteger aunque sea una hora a estos seres humanos, muestras absolutas de la vulnerabilidad y la indefensión. Solo porque es mejor hacerlo que no hacerlo, y no porque sepamos que vamos a arreglar nada en sus existencias... O quién sabe, quizás sí.