Y, mirándome desde fuera, veo mi cuerpo fragmentado en
trozos, como haces de luz cortados como son cortados los espejos para hacer
alguna obra de lo que a veces llaman arte, vuelve a ponerse en su lugar. Las
partes se reincorporan, se unen para darse sentido unas a otras, nuevamente. Desde
mi tribuna, las veo como me invitan a
pasar, a ser parte una vez más de la realidad.
Las vacaciones se terminaron y no volé de vuelta. Me quedé sin sentir muy bien el peso de las
decisiones. Para eso estaba el tiempo, y el tiempo ya hizo su parte, terminando
de hacerla justo ahora, cuando me encuentro aquí, viajando dentro de un viaje que se quedo sin retorno y no sabe aun muy bien cual es su destino.
Estoy en el metro, voy a clases, porque estoy en la escuela.
Voy al colegio todos los días para aprender el idioma que se habla en este país.
Dimensiono otra vez: “voy al colegio en un tren lleno de gente blanca y seria,
a aprender uno de los idiomas más difíciles de la occidentalidad”. Y me
sorprendo. La consciencia del que sabe perfectamente lo que está haciendo, asusta
un poco.
El vagón del metro, es amarillo y tiene la forma de un
contenedor. Vamos directo a meternos en
un barco, para seguir el viaje hacia
donde nadie sabe. Mis compañeros son blancos, en sus caras se transparenta un
frio antiguo, una seriedad cerrada. Yo
medio me sonrío, porque es mejor, porque estoy aterrizando otra vez en mi.
Me pregunto si alguien podrá darse cuenta de todo lo que estoy sintiendo. ¿Podrá alguien presenciarme
como yo me estoy presenciando?
Mejor que no. Si miran hacia mi, los trozos de espejo, vidrio
y luz, podrían hacer que vieran sus propias caras, y creo que no les gustarían mucho.
La mañana Berlinesa no tiene un rostro muy amigable. Veremos que pasa el resto
del día, de los días.