Las últimas dos
semanas he estado fumando mucho. No manejo cifras, no se cuantos me fumo al día,
pero sí que siento esa especie de continuidad, las ansias y la espera cómplice
entre un cigarro y otro.
Salí de la casa de la Caterina con el pucho en la mano. Ese, el para el camino hasta la estación del Ubahn. Ya sabía que no tenía encendedor. También sabía que tendría que pedir fuego a alguien en la calle. Generalmente no me gusta hacerlo: "hast du Feuer?" (tienes fuego?. Detener a alguien que, como la mayoría, parece andar tan en otro lado, no hace fácil la decisión de acercarse. Es como tener que atravesar un molesto visillo que se mueve con el viento, abriendo y cerrando un espacio, pero uno no logra dar con el segundo en que se permite pasar. Es un visillo colgado en el la ventana equivocada. Por otro lado, la cantidad de encendedores que he perdido últimamente, es directamente proporcional al aumento de cigarros por día. Lamentablemente tampoco manejo cifras de encendedores perdidos. Pero de que he perdido hartos fuegos, hartos he perdido.
Salí de la casa de la Caterina con el pucho en la mano. Ese, el para el camino hasta la estación del Ubahn. Ya sabía que no tenía encendedor. También sabía que tendría que pedir fuego a alguien en la calle. Generalmente no me gusta hacerlo: "hast du Feuer?" (tienes fuego?. Detener a alguien que, como la mayoría, parece andar tan en otro lado, no hace fácil la decisión de acercarse. Es como tener que atravesar un molesto visillo que se mueve con el viento, abriendo y cerrando un espacio, pero uno no logra dar con el segundo en que se permite pasar. Es un visillo colgado en el la ventana equivocada. Por otro lado, la cantidad de encendedores que he perdido últimamente, es directamente proporcional al aumento de cigarros por día. Lamentablemente tampoco manejo cifras de encendedores perdidos. Pero de que he perdido hartos fuegos, hartos he perdido.
La Cate vive en
la parte Oeste de Berlin, allí donde siempre hubo de todo y las niñas
conocieron las Barbies antes de 1989. Mi amiga vive en una casa amarilla. En la
vereda afuera de la casa vecina, había dos hombres conversando parados junto a
la ventana abierta de una de las habitaciones. Una mujer gorda y muy blanca, con sudadera negra, se
asomaba apoyando los codos en el borde de madera un poco carcomida que sostenia la
ventana. El pelo teñido bien negro,
amarrado en un moño alto y los ojos delineados también negros con influencia oriental,
la ayudaban a levantar el rostro de más de cincuenta. Quien sabe en
realidad. Ese tipo de personas que parecen más viejas de lo que son, pero que
quizás son mas jóvenes y lo que realmente parecen es más viejas. En Berlin las
apariencias me han engañado más que en ningún otro lugar del mundo.
Uno de los
hombres fumaba y tomaba cerveza. Ya saben ustedes, acá se puede tomar en la calle, en el transporte público y en los parques. En su caso, estoy segura que era más joven
de lo que parecía: tenía corte chocopanda, chasquilla de pelos parados y
grandes anillos en los dedos.
Cuando le pedí
fuego y me dijo: “ Eres alemana o no?"
“No”- le contesté
descubriendo recién, que también unas cuantas cadenas le colgaban del cuello,
arrugándole el pellejo y tirándolo un poco para abajo.
-“Quieres ser
actriz?”- me preguntó con una energía que casi lo hizo saltar.
Miré al otro
hombre. Era moreno, alto y parecía muy calmado. Miré a la mujer. Ella me sonrió
cómplice.
-"No es broma, no es borma!"- Me
dijo mientras yo sostenía aún el cigarro apagado entre los dedos, como
una niña que juega a fumar. -"Es en serio, pero bien en serio ...es en
teatro".-
No puedo negar
que esta situación me incomodaba, pero no lograba escapar de ella. Más bien no
quería escapar. Estaba ahí yo parada, con la voluntad y el deseo un poco desconectados.
-"Tenemos
una pequeña comapañía de teatro- continuó mi descubridor- Aquí,
mi señora tambien es actriz, ella
hace los....eehhmm- dijo algo en un alemán que no llegué a entender, apuntando
a su mujer, que en el momento cambió los brazos de posición, dejándo ver las marcas de la madera en sus carnes blancas. Ella me sonreía, nada más.
"-Hola"-
le dije con levantada de mano
y todo. Me mostró sus ojos, los abrió cansados. El maquillaje negro estaba más
corrido que cuando la miré por primera vez. Logré ver un poco al interior de la
habitación oscura. Había un perchero del que colgaba algo parecido a una estola
de tul negro. Vi plumas también. Pero de eso no estoy segura. Me imaginé que la
habitación se convertía, a medida que uno se internaba en ella, en un oscuro cabaret. Me vi entrando, vistiendome con el tul, las plumas y unas medias rotas y sucias que de la gordita que estaban botadas en el suelo. La mujer me maquillaba rápidamente. Así, hasta llegar al final del pasillo y subir al oscuro escenario, de tablas llenas de hoyos de tanto hincar los tacones.
-"Ya, pero en
serio. Quieres?"- me trajo el flaco de vuelta a la realidad.
Yo sonreía
nerviosa. Movía la cabeza sin poder darles un no rotundo, encender mi pucho e
irme. Al contrario: estaba ahí, en medio
de tres desconocidos, que en lugar de darme fuego me ofrecían cumplir ese sueño
que abandoné hace quince años.
Mi claridad del
momento se vio atravesada por una sombra. O por una luz de indefinido color, que
entregaba calidez y claridad. El amarillo de un atardecer temprano
en la primavera Berlinesa. Ese color tan esperado que hace mutar las almas en esta oscura cuidad.
Lo que pasó en
ese segundo fue que consideré la oferta. Esa era la luz, la molesta
claridad del sol que no te pega directo en la cara. Eso era lo que estaba
escrito en el cartel de neón parpadeante que iluminaba este escenario
callejero, del cual ya me sentía protagonista. Era el neón de un viejo club en
mitad de un camino en el que uno anda medio perdido y que a pesar del tiempo, sigue pestañeando a punta de cortos circuitos.
-"No,
no"- abrí por fin la boca, asustada y queriendo salir rápidamente de mi
secreta fantasía. Que no se vayan a dar cuenta. Mi sonrisa me delatará. Me
estan descubriendo. Quiero fumar. Atrapada y confundida, ya saben: como en ese
caos que se arma a veces cuando la intuición y la realidad palpable se dan la
mano.
-"Solo
quiero fuego, nada más"- le repetí mostrándole el cigarro que se había
humedecido un poco con la transpiración de mis manos. Mejor ni saber a que nivel subía el rojo en mi cara.
- "Ya, dale
fuego. No quiere nada más "- le ordenó la mujer con una suave autoridad,
mirándome a la vez como si ella también hubiera visto el neón.
Sin dejar su
entusiasmo, el tipo me acercó un encendedor rojo, enendiendo directamente el
cigarro. Raro, acá nadie te enciende un cigarro. Te pasan el encendedor y esperan
impacientes. Una situación incómoda para personas que nos ponemos lerdos ante
la mirada expectante del otro tan cercano.
Las gracias. El
chao. El otro tipo que nunca habló. El ultimo intento de mi manager. Y emprender mi camino a la estación. A estas
alturas ya tenía claro quien era quien en el trío.
Mientras me
alejaba aspirando con ganas, me rebotó en la espalda un: -"Bueno, si quieres
no más!"- En realidad eso es lo que me imaginé, porque fue una frase en que
no pude traducir. Bien pudo haber sido -Deja tu miedo!"-. Algunas veces
me alegro de no entender este idioma totalmente.
El camino se me hizo mucho más corto que lo acostumbrado, y todavía me quedaba la mitad del pucho al llegar a la estación del Ubahn. Dos guardias conversaban justo donde empieza la escalera, apoyados en el letrero de "no fumar". Me detuve ahí. Estaba cansada, quería bajar la escalera y estar automáticamente en mi casa, sin dejar mi cigarro. Los guardias me miraron. Lo apagué y bajé corriendo. En Berlin no siempre está todo permitido.
El camino se me hizo mucho más corto que lo acostumbrado, y todavía me quedaba la mitad del pucho al llegar a la estación del Ubahn. Dos guardias conversaban justo donde empieza la escalera, apoyados en el letrero de "no fumar". Me detuve ahí. Estaba cansada, quería bajar la escalera y estar automáticamente en mi casa, sin dejar mi cigarro. Los guardias me miraron. Lo apagué y bajé corriendo. En Berlin no siempre está todo permitido.