sábado, 4 de junio de 2011

EL SENTIMIENTO BIBLIOTECA (Pública de Providencia)

Los casi tres meses que estuve viviendo en Benalmádena, Málaga, quedé impresionada por la cultura bibliotecologística (o como se le llame) que había en el lugar.
La biblioteca era un lugar súper concurrido, silencioso como debe ser y siempre lleno de gente con sus laptops, libros, cuadernos y lápices, sentados ahí, en las amplias mesas comunes. Jóvenes y no tan jóvenes con sus botellas de agua y audífonos en las orejas, y coloraditos de lo concentrados y quizás también por la sensación de estar bien acogidos en este lugar de conocimiento, entretención e introspección.

Me imaginaba yo que estarían estudiando, ¿seria para la Universidad o para el colegio?, ¿serian autodidactas o solo locos obsesionados hermosamente con algún tema que movía sus días?

De vuelta en Santiago mis días no han sido muy productivos, solo internet, escribir un poco, fumar y caminar mucho, y algo de café con nuevos amigos. Así, me voy salvando de una especie de letargo desesperado en el que he caído, mientras espero el bendito día en que mi persona se instale en su nuevo lugar de trabajo.

Hoy es sábado, hace frio y son casi las dos de la tarde, tengo hambre, pero también quiero meterme a navegar por internet. Estoy aburrida, nada me motiva, así que el destino es estar en un ciber café muy poco rato, y luego la casa, comer algo y dormir toda la tarde.

Pero como mi diario intento de andar con los ojos abiertos mientras camino por la ciudad, a veces da muy buenos resultados, mientras caminaba por la vereda sur de Providencia, me topé de frente con ese edificio de ladrillo rojo que tiene un reloj de cobre en la pared: La Biblioteca Pública de Providencia, donde siempre hay jóvenes afuera, bicicletas estacionadas, y , aunque quizás lo único que te encuentras al salir es un taco de orugas del transantiago y una iglesia sin campanario, y no un parque con conejos sueltos y lagunas, la gente entra y sale, toman café y fuman afuera, igual que en Benalmádena.



Entré y un señor guardia me saludó súper cordial. Al voltear a la izquierda lo primero que me encuentro es con un acogedor y templado salón lleno de sillones, con un par de mesas comunes de estudio y una mesa de centro con revistas entre los sillones. También varios estantes de libros disponibles para consulta en sala. A parte de los objetos, lo más importante, era que había al menos diez personas: algunas leyendo el diario de hoy sentado en los sillones, otras con sus laptops, otras sentadas con libros y laptops muy estudiosos compartiendo mesas, todos cómodos y en silencio, o murmurando secretos de sus quehaceres y de lo que para mí son las bellas motivaciones que hacen a las personas visitar una biblioteca en lugar de quedarse con los recursos que pueden tener en casa y la web.
“¿Puedo conectarme a internet? – le pregunte al guarda libros, perdón, al guardia de seguridad. Un señor mayor que tenía cara de bonachón, lo más lejano a guardia de farmacia.

“Claro – me dijo- ahí hay un enchufe.” Mientras me indicaba detrás de un sillón.
Yo feliz me instalé y respiré la sensación de estar en este lugar, por primera vez, un frio pero soleado sábado de junio, a la hora de almuerzo. Y se sintió bien. Cómodo, seguro y tranquilo, perteneciendo a un pequeño reducto en medio del ruido y la nube negra, acompañada de personas con las que teníamos en común el decidir estar aquí.

Me volvía a preguntar en que estaba cada quien, admirada de quienes parecen estudiar tan concentradamente y con tantos recursos a la mano, incluso con su botellita de agua; sorprendida por la señora que pasa con su bolsita de Falabella a leer la revista caras. O el señor de barba blanca y larga que lee algo en otro idioma que no se que es. Recordé casi con la piel, que no me gustaba nada ir a la biblioteca en mis días de estudiante, porque me impacientaba hacer las tareas con gente al lado, o estudiar en las mismas condiciones. Prefería pedir y llevar a la casa. Aún no descubría el "sentimiento biblioteca".

Y hoy me encuentro aquí sentada sin ningún otro objetivo que conectarme a internet, a revisar mi correo (que de seguro no tiene muchas novedades, aunque me equivocaba), conversar con una que otra persona por chat y decir una que otra cosa en twitter… ah, y también mirar la vida de los otros en Facebook.
Entonces pienso que un sábado a media tarde también hay vida fuera de las camas de los trasnochados, que hay un punto de internet gratis en pleno Providencia y que conectarte desde acá hace que te den ganas de estudiar, de leer, de escribir (como a mí) y no solo de quedarme sapeando las fotos de personas que a penitas conozco.
Lo mejor de la Biblioteca es que atiende de lunes a viernes de 09:00 a 23:45, y sábado, domingo y festivos de 10:00 a 19:45. Ah, y además, huele a café.